Hace tres o cuatro años cuando mi hija Caitlin decidió irse a Chile para trabajar, tenía que
obtener una visa del consulado de Chile en Boston.
Ella me dijo ---¿Padre, irías conmigo
al consulado en Boston? Respondí --- Seguro. Iré
contigo
Caitlin obtuvo toda su documentación, incluso la prueba de empleo en una
escuela en Santiago de Chile, reportes médicos y otras cosas. Ella
telefoneó al consulado acerca de cómo obtener una cita. Ella me dijo que
la cita era para las once de la mañana el martes próximo. Caitlin
me dijo --- ¡El hombre no era muy agradable. Es importante que no lleguemos
tarde a la cita!
No recuerdo a que hora salimos de Saint Albans, Vermont el martes pero estábamos a
buena hora. Íbamos bien, es decir, hasta que bajamos del puente Tobin en Boston. Ahí
encontramos un atasco de tráfico. A las diez y media no nos movíamos, tuve que ir a una calle alterna.
Finalmente y
aproximadamente a las once o un poco después, mientras manejaba en un
vecindario tranquilo, Caitlin gritó ---¡ Allí está la bandera de Chile!
Caitlin se tiró del coche y corrió hacia el consulado, que estaba
en la parte posterior de una casa. Estacioné el coche y también
entré al consulado.
Este consulado de una gran nación no era lo que yo pensaba.
Pensé que estarían uno o dos diplomáticos dignos de Chile.
Pensaba que sería un edificio impresionante digno de una gran nación.
En cambio, un viejo de cara larga nos recibió en la puerta y nos
condujo a través de un pequeño pasillo oscuro a una sala pequeña .
En esa sala había una mesa grande, unas sillas, y unos libros en
los paredes. Había dos viejas máquinas de escribir fuera de moda en dos
pequeñas mesas.
Resultó ser que los representantes de esa poderosa nación fueron dos
hombres altos con cabellos blancos quienes no hablaron español solamente hablaron
inglés con un acento de Boston. Estos hombres podrían haber sido
gemelos. Ambos eran desagradables, irritables y groseros. Al principio,
Caitlin y yo éramos las únicas personas en la sala. Exigieron con rudeza
este o aquel documento. Me senté sin hablar. Creo
que Caitlin estaba algo intimidada. Uno de los hombres le preguntó a
Caitlin por una carta de su médico confirmando que no tenía una enfermedad
venérea. Caitlin no tenía esta---en cambio tenía una carta que
confirmaba que no tenía ninguna
enfermedad contagiosa. Los oficiales del consulado se disgustaron y le gritaron también a Caitlin.
Pronto otra mujer joven entró en la sala para su cita. Uno de estos hombre le hacía preguntas personales como sí no estuviéramos allí.
Dijo---¿Tienes una carta de tu médico que no tienes las enfermedades venéreas?
Ella respondió ---- Si, Señor. Aquí la tienes.
El oficial leyó la carta y entonces se la mostró a Caitlin. y le gritó --- ¡Ves! ¡Ves! ¡ Esta joven mujer no tiene enfermedades venéreas! Caitlin
y yo no respondimos. ¿No se supone que la información médica de una persona es privada?
Eventualmente, los hombres escribieron un montón en sus
máquinas de escribir y finalmente le dieron a Caitlin su visa.
Nos reímos
todos el viaje de regreso a Vermont y todavía lo hacemos.
Escrito por:
Roberto Farrar
Saint Albans, Vermont
29 de abril de 2013