Wednesday, May 1, 2013

Una visa para visitar Chile - Por Roberto Farrar






Hace tres o cuatro años cuando mi hija Caitlin decidió irse a Chile para trabajar, tenía que obtener una visa del consulado de Chile en Boston. 

 Ella me dijo ---¿Padre, irías conmigo al consulado en Boston?    Respondí --- Seguro.   Iré contigo

Caitlin obtuvo toda su documentación, incluso la prueba de empleo en una escuela en Santiago de Chile, reportes médicos y otras cosas.  Ella telefoneó al consulado acerca de cómo obtener una cita.  Ella me dijo que la cita era para las once de la mañana el martes próximo.   Caitlin me dijo --- ¡El hombre no era muy agradable.   Es importante que no lleguemos tarde a la cita!   

No recuerdo a que hora salimos de Saint Albans, Vermont el martes pero estábamos a buena hora.    Íbamos bien, es decir, hasta que  bajamos del puente Tobin en Boston. Ahí encontramos un atasco de tráfico.   A las diez y media no nos movíamos, tuve que ir a una calle alterna.

Finalmente y aproximadamente a las once o un poco después, mientras manejaba en un vecindario tranquilo, Caitlin gritó ---¡ Allí está la bandera de Chile!   Caitlin se tiró del coche y corrió hacia el consulado, que estaba en la parte posterior de una casa.  Estacioné el coche  y también entré al consulado.

Este consulado de una gran nación no era lo que yo pensaba.   Pensé que estarían uno o dos diplomáticos dignos de Chile.  Pensaba que sería un edificio impresionante digno de una gran nación.  En cambio, un viejo de cara larga nos recibió en la puerta  y nos condujo a través de un pequeño pasillo oscuro a una sala pequeña .   En esa sala había una mesa grande, unas sillas, y unos libros en los paredes.  Había dos viejas máquinas de escribir fuera de moda en dos pequeñas mesas.   

Resultó ser que los representantes de esa poderosa nación fueron dos hombres altos con cabellos blancos quienes no hablaron español solamente hablaron inglés con un acento de Boston.   Estos hombres podrían haber sido gemelos. Ambos eran desagradables, irritables y groseros.   Al principio, Caitlin y yo éramos las únicas personas en la sala.  Exigieron con rudeza este o aquel documento.   Me senté sin hablar.   Creo que Caitlin estaba algo intimidada.  Uno de los hombres le preguntó a Caitlin por una carta de su médico confirmando que no tenía una enfermedad venérea.   Caitlin no tenía esta---en cambio tenía una carta que confirmaba  que no tenía ninguna enfermedad contagiosa.   Los oficiales del consulado se disgustaron y le gritaron también a Caitlin.

Pronto otra mujer joven entró en la sala para su cita.   Uno de estos hombre le hacía preguntas personales como sí no estuviéramos allí.  Dijo---¿Tienes una carta de tu médico que no tienes las enfermedades venéreas?    Ella respondió ---- Si, Señor.   Aquí la tienes.    El oficial leyó la carta y entonces se la mostró a Caitlin. y le gritó --- ¡Ves! ¡Ves!   ¡ Esta joven mujer no tiene enfermedades venéreas!   Caitlin y yo no respondimos.   ¿No se supone que la información médica de una persona es privada?

Eventualmente, los hombres escribieron un montón en sus máquinas de escribir y finalmente le dieron a Caitlin su visa.    

Nos reímos todos el viaje de regreso a Vermont y todavía lo hacemos.

Escrito por:
Roberto Farrar
Saint Albans, Vermont
29 de abril de 2013

Saturday, February 9, 2013

Ningún Cliente – Historia Creativa Por Caitlyn Steward








         Antonio no tuvo deseos para ir al trabajo este lunes. Él fue un vendedor de zapatos y el trabajo fue un poblema. Su padre, un anciano, abrió la tienda hace treinta años, después de su vida en Alemania. Ahora, Antonio estaba atorado con el negocio. Cada día, él estaba sentado detrás del mostrador,  esperando por los clientes. Nadie venía. Las cajas de zapatos estuvieron en el almacén; inútil. El preferiría estar en la playa con amigos, con bebidas. Esta vida era aburrida. A veces, los días fueron desgarradores. ¿Quién necesita zapatos?
         Los días continuaron, hasta que un día cuando Antonio estaba dando un sorbo de té, y estuvo pensando sobre su cama, un hombre monstruoso entró en la tienda. Su cuerpo llenó el umbral y él por poco no pasa por la puerta.
         “Dios mío,” jadeó Antonio, “¡tengo un cliente!” El hombre miró de cerca la tienda, entonces el cesó su vistazo en Antonio.
         “¿Hola, tienes botas para mí?” Él rió. Antonio estudió los pies grandes. ¿Dónde en el mundo pudría encontrar zapatos del número veinte? Esta es la primera vez que alguien con pies gigantescos vino a mi tienda.
         “¡Por supuesto!. Puedo tener zapatos hechos a mano para ti. Necesito medir tus pies.” El hombre monstruoso se quitó sus botas viejas y Antonio se agachó. ¡Qué horrible el olor! Fue una cosa buena que él tuviera sus calcetines, de lo contrario, la tienda olería. El olor mataría. Estuvo respirando muy poco, Antonio midió el pie del hombre. ¡Quince pulgadas!
         “Infierno santo!,” Antonio dijo. “Lo siento, pero yo nunca vi...tu sabes.”
         El hombre rió y el ruido reverberó en las paredes. Los ojos de Antonio lanzaron una mirada alrededor de la tienda, en caso de caída de cosas.
         “Ellos son grandes. Lo siento sobre el olor, también.”
         “¡No, no, el olor está bien! No te preocupes. Oí que el vodka en los pies puede ayudar.”
         “Gracias. Quizás trataré.” Entonces su teléfono sonó. “Ay, mierda. Mi trabajo nunca termina. Yo vendré otra vez. Gracias por tu ayuda.”
         El hombre brilló con una luz amarilla, y alas brotaron de su espalda. Antonio estuvo fascinado. “Soy Dios, por cierto, “él dijo, cuando ascendía por el techo. Entonces, Antonio se despertó en un montón de saliva. No clientes. Nunca clientes.

Escrito por:  Caitlyn Steward
6 de febrero 2013
Champlain College
Spanish IV