Hace 14 años visité Cuba. Fui con otras 14 personas; adultos y niños. Nos quedamos una semana cerca de La Habana, no muy lejos de la playa. Tengo varios recuerdos del viaje pero el más fuertísimo es la noche en el restaurante donde había una banda que se llamaba “El trío roca azul”. La banda era exactamente como la foto arriba salvo que una mujer tocaba los bongos. Cuando pienso en esa noche, todavía creo que fue una de las noches más eufóricas de mi vida. ¿Por qué? Porque la música nos infectó tanto, que el restaurante fue totalmente animado, lleno de energía, brotando con el sonido de felicidad. Imagínense, cada persona de ocho años a sesenta tocaba algo; instrumentos, tenedores contra los vasos o la mesa, batiendo las manos, bailando, cantando. En cada cara brilló una sonrisa sincera. Después de unas canciones, el cocinero soltó sus sartenes para bailar con nosotros. Su rostro era negro oscuro, ancho, con uniforme blanco, sombrero de cocinero y dientes grandes blancos y de oro. Pronto un grupo de Canadá se nos unió y con aun más personas, había más diversión.
Está noche fue una bendición y el recuerdo ha sobrevivido por muchos años. No puedo recordar la conclusión de esa noche, tal vez porque yo quería que durara para siempre y prefiero pensar del placer y alegría en vez de los adioses. Estoy agradecida por los recuerdos, especialmente los buenos porque al fin, son los que tenemos para definir la vida.
Al universo digo, te quiero.
23 Enero de 2008
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